lunes, 9 de mayo de 2011

Franz Kafka; su vida y obras

Al lado de James Joyce, Robert Musil y otros más, Franz Kafka es sin duda uno de los escritores más destacados del siglo XX. Al conmemorarse el 80 aniversario de su muerte surgieron, como es natural en casos semejantes, declaraciones de una serie de especialistas que trataron de responder a incógnitas en torno a la vida del autor de La
Metamorfosis, El Proceso, El Castillo, América y muchos otros.
Si en algo coinciden los eruditos es que se trató de un escritor que superó su época, y que la fuerza de su obra va mucho, pero mucho más allá de las fronteras de este siglo.
Algunos han llegado a sugerir que se trató de un visionario, porque en la actualidad nadie narra mejor la sensación que las personas experimentan ante el mundo de nuestros días.
Franz Kafka nunca prestó mayor atención a la publicación de sus obras, porque para él lo importante era escribir, ya que así se autorrealizaba plenamente. Algunos especialistas han llegado a decir que ello representaba para él una especie de autoalumbramiento y purificación total de su ser.
A su amigo Max Brod debemos que se salvara y publicara la obra de Kafka, a pesar de que éste antes de morir le pidiera la destrucción de todos los diarios, cuentos y novelas.
La obra de Kafka peligró en dos oportunidades más. Primero bajo la bota de los soldados nazis que tenían la orden de destruir todo lo que fuese judío y después "la dictadura del proletariado" que apegada al materialismo dialéctico calificó a Kafka de autor metafísico sin mensaje alguno para el pueblo trabajador por lo que fue inscrito en la lista negra de los autores peligrosos para el régimen comunista.
La vida de Franz Kafka se vio marcada por un profundo sentimiento de inseguridad que en muchas oportunidades le llevó a destruir novelas completas, asfixiado por demonios internos que permanecerán anónimos para nosotros, su obra ha caminado por los senderos más extraños del mundo de la literatura. El propio Kafka, ni las censuras alemana ni comunista, pudieron silenciar el mensaje perenne de su obra. Un tanto irónico, o quizás curioso ha sido el hecho de que
la obra de Franz Kafka fuera publicada primero en francés y no en alemán, el idioma original. Intelectuales franceses como por ejemplo Albert Camus, Jean Paul Sartre, André Breton y otros, descubrieron la genialidad de Kafka y de su obra, por lo que buscaron la difusión de la misma.
Explicar por qué la obra de Kafka resulta tan fuera de lo común es una tarea sumamente compleja que requerirá todavía muchos estudios a cargo de varias generaciones de especialistas. Pero de seguro podemos decir sin temor a equivocarnos que la personalidad de Franz Kafka, descubierta a través de sus obras, es la de un escritor de características psicológicas excepcionales, que se movían entre la genialidad y la mayor inseguridad y temores infundidos imaginables. La realidad interna de Kafka supera toda fantasía.
Kafka se vio obligado a desarrollar una personalidad autosuficiente ante la falta de respaldo de la cultura de su entorno, que fue más bien cerrada y coherente.
Fue un desarraigado social. Si bien escribió en alemán, no logró compaginar del todo con la cultura germana. Algunos de sus estudiosos dicen que ello sucedió porque era judío, pero otros dicen que careció de sólidas raíces judaicas. A pesar de que sus padres eran judíos no fue educado según los cánones correspondientes, no aprendió yiddisch en su infancia y fue sólo después de adulto que empezó a interesarse voluntariamente por el judaísmo.
Un tercer grupo de estudiosos se inclina por sostener que Kafka no se puede poner en una categoría específica y decir que era judío o alemán, porque ante todo fue praguense. Y ser praguense en la época que vivió Kafka significó tener algo de alemán, algo de judío, pero también algo de checo.
Esta situación ha despertado una serie de disputas, porque mientras los primeros -digamos alemanes y judíos lo sienten muy suyo- los checos no terminan de ubicarle, utilizando como mayor argumento el tema del idioma. En una postura un tanto limitada algunos círculos sostienen que al escribir en alemán no puede formar parte del legado cultural del país. No debemos olvidar que los checos protagonizaron grandes luchas para la implantación y reconocimiento de su idioma. Y Kafka se mantuvo en una situación excéntrica en lo referente a las manifestaciones nacionalistas checas.
La ciudad de Praga, fue, es y será un cruce de caminos, un cruce de culturas que no siempre han sido compatibles. Otros intelectuales de la época de Kafka toparon con dicha realidad, sin embargo, con mayor facilidad optaron por alguna de las opciones y echaron fuertes raíces en los círculos intelectuales checos, judíos o alemanes.
No debemos entender la opción de Kafka como algo negativo, sino por el contrario, como algo que le permitió independencia absoluta y tomarse la libertad de no publicar o destruir su exteriorización artística, escapó de todo provincialismo y presiones de los grupos enfrentados estableciendo una vía propia que, sin buscarlo, convirtió su obra en un valor de dimensiones globales.
La difícil infancia de Kafka, caracterizada por los frecuentes cambios de domicilio, dentro de Praga, los complejos, temores y severidad de su padre, más el desarraigo en que se desarrollaba y muchas cosas más, lo llevaron a trasladar el foco de su atención hacia lo interior. Describía el mundo que le rodeaba pero no para hacer copartícipes a los demás, sino a sí mismo, porque, claro está que cuando se escribe un diario -con las características del de Kafka- se parte de que será para sí mismo y no para hacerlo de conocimiento público.
La terrible soledad, pues sus padres no le prestaban la atención debida ya que desde tempranas horas de la mañana estaban en la tienda, y la falta de afecto predispusieron un desarrollo diferente de su imaginación, de su inseguridad abominable, siempre se sentía
culpable y estaba a la espera de terribles castigos, tal como queda patente en sus novelas.
Alguien dijo que Kafka escribía para espantar los demonios, los espíritus y las,asfixiantes pesadillas que le asediaban aún cuando estaba despierto. Hermann Kafka nació en 1852 en Osek, localidad de Bohemia del Sur, en el seno de una familia humilde. Su padre era carnicero y en casa se hablaba checo. Fue un hombre de mucho talante que nunca olvidó las dificultades de la infancia, el hambre y la pobreza.
Estaba convencido de que lo único importante en la vida era el reconocimiento público.
Hacerse de buen nombre en la Praga del año 1900 era factible a través de la minoría alemana, integrada por las familias más adineradas y cultas de la sociedad de entonces. Hermann Kafka optó por la nota alemana. A pesar de haberlo estudiado en la escuela, el alemán de Hermann Kafka era muy deficiente, aún a los 30 años de edad. Se trató de una empresa muy difícil, porque sólo su esposa, Julie Lowy, tenía origen germano, ambos eran judíos. Julie Lowy y Hermann Kafka, tuvieron seis hijos. Georg murió a los dos años de edad, mientras que Heinrich antes de cumplir seis meses. Franz, el mayor, y sus tres hermanas, Elli, Valli y Otla, fueron educados en escuelas alemanas, respondiendo a la obsesión de su padre.
Nacido en Praga el 3 de julio de 1883, Franz Kafka fue "un niño frágil pero sano" dijo una vez su madre. Nació en la casa (U veze) de la Torre número 27, en la propia línea que separaba el barrio judío y el alemán, mezcla de culturas que marcaran su vida y su obra.
A lo largo de su vida Franz Kafka -con excepción de los últimos años afectado por la enfermedad- apenas se alejó del radio de la
Ciudad Vieja de Praga. Cuentan que una vez que miraba desde una ventana hacia la Plaza dijo: "allí estaba mi liceo, en aquel edificio que mira hacia nosotros esta la Universidad y más allá hacia la izquierda mi oficina -dibujó un círculo con el dedo y agregó- ahí se encierra toda mi vida".
LA VENTANA A LA CALLE
Quien vive en aislamiento, y querría, no obstante, de vez en cuando integrarse; quien en razón de los cambios de las horas del día, del clima, de las relaciones profesionales, o de cosas por el estilo, querría sin más ni más ver un brazo cualquiera al que poder agarrarse, no va a poder aguantar mucho tiempo sin una ventana a la calle. Y lo que sucede con él es que no busca absolutamente nada, y, como hombre cansado que es, pasea su mirada, apoyado contra el antepecho de su ventana, entre la gente y el cielo; y no quiere nada, y tiene la cabeza un poco echada atrás; así y todo, los caballos abajo lo arrastran consigo en su séquito de coches y ruido, y así, finalmente, en la comunidad de los hombres. Pero Kafka no era sólo penumbra y sufrimiento. No son justos aquellos que le niegan momentos de alegría, diversión, risas, deseos y placer. Dentro de su particular estilo de vida las mujeres desempeñaron un papel muy importante, aunque complicadísimo, como claramente se desprende de su obra, donde llegamos a encontrar muchos perfiles eróticos. Cuando sus hermanas crecieron, el universo femenino se fue convirtiendo, por clara oposición a los caprichos de las posturas viriles de su padre, en un refugio para el joven Franz Kafka.
Su madre se mantuvo siempre distante, pero a pesar de ello disponía de una suavidad natural que contrastaba con la rudeza del padre. El trato con las mujeres –debemos insistir de una manera muy particular- afinó y cultivó su sensibilidad que le permitió comprender la lógica de los sentimientos humanos.
Son pocos los trabajos sobre Kafka en los que se reconoce que a pesar de sus traumas, debilidad, inseguridades y enfermedad fue un seductor de grandes magnitudes. A lo largo de su vida buscó refugio en una mujer.
Sus amores fueron trágicos, con compromisos matrimoniales que se cancelaron a última hora. Sus amores fueron concretos, las mujeres que dejaron huella en su vida tuvieron nombre: Felice Bauer, Grete Bloch, Julie Wohryzek, y las más conocidas Milena Jesenská y Dora Dyamant. Milena Jesenská. Su padre, un comerciante, fue una figura dominante cuya influencia impregnó la obra de su hijo y (según Kafka) agobió su existencia. En Carta al padre, escrita en 1919, pero publicada, como casi toda su obra, póstumamente, Kafka expresa sus sentimientos de inferioridad y de rechazo paterno. A pesar de lo cual, Kafka vivió con su familia la mayor parte de su vida y no llegó a casarse, aunque estuvo prometido en dos ocasiones.
Su difícil relación con Felice Bauer, una joven alemana a la que pretendió entre 1912 y 1917, puede ser analizada en Cartas a Felice (1967). Los temas de la obra de Kafka son la soledad, la frustración y la angustiosa sensación de culpabilidad que experimenta el individuo al verse amenazado por unas fuerzas desconocidas que no alcanza a comprender y se hallan fuera de su control. En filosofía, Kafka es afín al danés Sören Kierkegaard y a los existencialistas del siglo XX. En cuanto a técnica literaria, su obra participa de las características del expresionismo y del surrealismo. El estilo lúcido e irónico de Kafka, en el que se mezclan con naturalidad fantasía y realidad, da a su obra un aire claustrofóbico y fantasmal, como sucede por ejemplo en su relato La metamorfosis (1915). Gregor Samsa, el protagonista, un voluntarioso viajante de comercio, descubre al despertar una mañana que se ha convertido en un enorme insecto; su familia lo rechaza y deja que muera solo. Otro de sus relatos, En la colonia penitenciaria (1919), es una escalofriante fantasía sobre las cárceles y la tortura.
Contraviniendo el deseo de Kafka de que sus manuscritos inéditos fuesen destruidos a su muerte, el escritor austriaco Max Brod, su gran amigo y biógrafo, los publicó póstumamente. Entre esas obras se encuentran las tres novelas por las que Kafka es más conocido: El proceso (1925), El castillo (1926), y América (1927). Pese a haber estudiado Derecho en la Universidad de Praga, Kafka encontró un trabajo en una compañía de seguros hasta que la tuberculosis le obligó a abandonarlo. Intentó reponerse primero junto al lago de Parda y después en Meramo, hasta que en 1920 tuvo que internarse en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, donde murió el 3 de junio de
1924.

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