lunes, 9 de mayo de 2011

Fiódor Mijáilovich Dostoievski

Fiódor Mijáilovich Dostoievski, nacido en Moscú el 11 de noviembre de 1821, en un apartamento del hospital de Santa María para pobres, donde su padre era médico. En 1831, el padre adquirió las aldeas de Darovóe y Cheremoshniá, a cien kilómetros largos al sureste de Moscú. El nuevo terrateniente se comportaba con sus siervos con la misma brutalidad con que trataba a su mujer y a sus hijos. Un día de junio de 1839, en el camino entre las dos aldeas, el doctor apareció muerto, asesinado por sus campesinos. Fiódor y su hermano mayor Mijail se enteraron del suceso en la Escuela de ingeniería militar de Petersburgo, en la que habían ingresado a instancias del padre unos meses antes. La noticia provocó en Dostoievski el primer ataque de epilepsia, enfermedad que le perseguiría con saña hasta su muerte.
En las cartas a su familia desde la escuela, Dostoievski se queja con frecuencia de su situación personal; se encuentra «sin un kopek» y expresa su poca afición por lo que allí se enseña. Encerrado en su soledad espiritual, el único consuelo es la lectura de sus autores favoritos: Homero, Shakespeare, Balzac, Pushkin, Gógol, Hoffman, Súe, Dickens, todos ellos decisivos en su formación literaria.
Cuando en 1843 terminó la escuela, fue destinado a la sección de diseño del Cuerpo de ingenieros; aunque pronto abandonó el ejército para dedicarse por entero a la literatura. Con la vida de literato profesional, unida a una incontrolada pasión por el juego, comenzó para él el agobio material del que sólo se libraría al final de sus días. Así conoció de primera mano los barrios habitados por la burocracia pobre de la capital, donde la vida era monótona y sórdida.

La obra anterior a 1850
Dostoievski recreó esos ambientes en su primera novela Pobres gentes (Bednye liudi), publicada en 1846 en el Peterburgski sbornik, revista de Nikolái Nekrásov. La novela fue muy bien recibida por el público.
Después de leerla, Vissarión Belinski, el crítico más prestigioso de Rusia, exclamó alborozado: «¡Ha nacido un nuevo Gógol!». En Pobres gentes, Dostoievski sigue la línea iniciada por Gógol en sus Cuentos petersburgueses. El protagonista de Pobres gentes, Makar Dévushkin, es un «hombre pequeño», un humilde escribiente, situado en los últimos peldaños de la escala burocrática. El personaje tenía notables antecedentes en la literatura rusa. «Todos hemos salido de El Capote de Gógol», diría más tarde Dostoievski, frase que debía ser entendida literalmente: salir del vientre materno, no permanecer.
En la novela siguiente El doble (Dvoinik), publicada en 1847, Dostoievski mostraba una clara diferencia con el realismo de sus predecesores. El señor Goliadkin es un loco que en sus desvaríos descubre a un sosias que le persigue por doquier, hasta que Goliadkin le reta a un duelo. Hay aquí un análisis de los impulsos anímicos del personaje y se crea un ambiente en el que el terror se mezcla con la misericordia.
La misma línea realista siguen otras novelas y relatos de los años cuarenta: La dueña (Joziáika, 1847),
El señor Projarchin (Gospodín Projarchin, 1846), Noches blancas (Bélye nóchi, 1848), El árbol de Noé y la boda (Iólka i svádba, 1848), el comienzo de la novela Nétochka Nezvánova (1849) y otras, en las que los personajes son el funcionario marginado, el noble venido a menos, el intelectual pobre que ambiciona escapar de su condición.
Hasta Dostoievski, nunca la literatura rusa había mostrado con tal crudeza y nitidez que los hombres resultan víctimas de su condición social. Dostoievski se revelaba así como escritor realista, aunque con un talento especial para crear personajes psicológicamente muy ricos, y que hallaba lo fantástico en la realidad cotidiana.
Ya por entonces, V. Maikov apuntó certeramente: «Gógol es un escritor preferentemente social, mientras que el señor Dostoievski es preferentemente psicológico». Pero Belinski, empeñado en reclutar fuerzas para una literatura inspirada en la cruda realidad y socialmente comprometida, vio en las nuevas obras de Dostoievski una recaída en el romanticismo a lo Hoffmann, que el crítico ruso consideraba felizmente superado. «¿Se trata de un abuso o de una proeza de talento que quiere elevarse por encima de lo que le permiten sus fuerzas, que teme marchar por el camino cotidiano y busca para sí una vía fuera de lo ordinario?», preguntaba Belinski. Pese a esta crítica despiadada y parcial, el escritor conservó sus vínculos con el ensayista y su círculo.
En 1847 se hizo asiduo de las reuniones que convocaba en su casa Mijail Petrashevski, funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores. Los asistentes, jóvenes intelectuales de la nobleza y de la burguesía, discutían en animada tertulia cuestiones del socialismo europeo. Dostoievski se encontraba allí a gusto, atraído más por las definiciones éticas de un socialismo utópico que por los programas del socialismo práctico.
Allí se discutió la carta de Belinski a Gógol, en la que el crítico calificaba las últimas obras de éste de panegírico a los hábitos tártaros del poder zarista y le llamaba a retornar al camino de la literatura social. Entonces por toda Rusia circulaban profusamente copias manuscritas de la carta. Dostoievski tuvo acceso a ella en alguna de las reuniones del grupo, motivo por el cual, el 23 de abril de 1849 fue detenido junto con otros miembros del círculo. Tras ocho meses de confinamiento en la fortaleza de San Pedro y San Pablo de Petersburgo fue condenado a muerte, como autor de un «atentado contra la iglesia ortodoxa y el poder legítimo». En la madrugada del 22 de diciembre de 1849 los reos fueron conducidos a la plaza Semiónovskaia, donde debería tener lugar el fusilamiento. Llevaban la cara tapada con una capucha; en el momento de máxima, intolerable tensión, cuando el pelotón de castigo se disponía a disparar, se les comunicó que el emperador concedía la conmutación de la pena de muerte por la de cuatro años de presidio en Siberia y posterior servicio como soldados rasos en un batallón disciplinario.
Una fría mañana de invierno de 1850, Dostoievski, un preso más, con un rombo amarillo cosido en la espalda del chaquetón y la mitad de la cabeza rapada, ingresó en el presidio de Omsk, en Liberia Occidental. La estancia en la cárcel sería descrita en Apuntes de la casa de los muertos (Zapíski iz miórtvogo doma), publicada en 1862, su obra más autobiográfica, que Iván Turguéniev compararía con el Infierno de Dante.
Temporada infernal Las condiciones en la cárcel eran terribles. Los condenados llevaban los pies continuamente atados con cadenas de cinco kilos. El trabajo consistía en descargar gabarras en el río Irtish; Dostoievski tenía los pies llagados por el roce de los grilletes, de los que no le eximían ni los cada vez más frecuentes ataques de epilepsia. Pero nada le acongojaba tanto como la imposibilidad de leer y escribir. El Evangelio era su única lectura.
La lección más profunda que Dostoievski sacó de su convivencia con delincuentes comunes, bandidos y asesinos fue que los hombres allí encerrados tal vez «sean los mejores, los más íntegros, inteligentes y fuertes de todo el pueblo ruso». En el presidio, llegó a la conclusión de que todas las fórmulas de liberación social que proponían sus amigos de Petersburgo eran especulativas, tomadas prestadas de Europa, que en ningún caso habían nacido del conocimiento del pueblo ruso auténtico que ahora él, Dostoievski, conocía sin duda como ninguno de los intelectuales. Al mismo tiempo crecía en él la conviccion de que la única fuerza redentora era la religión, por el consuelo que podía aportar a aquellos desdichados.
En 1854, cumplida la condena en el presidio de Omsk, Dostoievski fue enviado de soldado raso a un batallón de castigo con cuartel en Semipalátinsk, también en Siberia. En enero de 1856, como un primer balance de su experiencia en el penal, escribió al poeta Apolón Grigóriev: «Los presidiarios no me asustaron: era el pueblo ruso, eran mis hermanos en la desgracia, y yo más de una vez tuve la dicha de hallar generosidad incluso en el alma del bandido, pude comprenderle precisamente porque yo mismo era ruso».
La nueva situación daba a Dostoievski la posibilidad de alquilar una habitación fuera del cuartel. Y de escribir. Finalmente, en 1859, obtuvo permiso para regresar a la Rusia europea, primero a Tver y después, a fines de ese mismo año, a Petersburgo. Retornaba tras diez años de penurias, más sensible a las desdichas humanas, pero también más convencido de que la lucha por la justicia social no traería al hombre la libertad espiritual. Con el desencanto de las ideas socializantes crecía en él una fe mesiánica en Rusia, llamada a desempeñar una misión especial ante la deshumanización de Occidente.
De esta manera, Dostoievski reanudó su actividad literaria con las novelas cortas El sueño del tío (Diádiushkin son) y El pueblo de Stepánchikovo (Seló Stepánchikovo). Aunque escritas en la nueva época, estas obras están basadas en su experiencia anterior al presidio y próximas a la línea realista de Pobres gentes.
Es como si con ellas quisiera recuperar el ritmo perdido. Son novelas, que, junto a la crítica de los males sociales, ponen de manifiesto un acentuado desencanto del escritor por las ideologías, un estado de ánimo que él mismo resumió en una frase: «Las convicciones cambian, el corazón es siempre el mismo». Ello motivó la acusación contra Dostoievski de ambigüedad política formulada por los críticos
Chernyshévski, Dobroliúbov y Písarev que, como Belinski, e incluso con mayor contundencia que éste, preconizaban la utilización del arte como arma exclusivamente social.
Humillados y ofendidos (Unízhennye i oskorbliónnye), la primera de las grandes novelas de Dostoievski, apareció en 1861. Está relatada en primera persona por Iván Petróvich, que se ha criado en casa de Ijménev, administrador del príncipe Valkóvski. Aliosha, hijo de Valkóvski, se enamora de Natasha, hija de Jjménev. El príncipe, que aspira a un mejor partido para su hijo, despide a Ijménev y le procesa. La novela está basada en reminiscencias de obras anteriores, muy especialmente de Pobres gentes, y sirve de tránsito entre el Dostoievski anterior y el posterior al presidio. Aunque aquí la novedad no sólo está en la mayor extensión del texto sino en una ampliación de los ambientes, en una mayor variedad de personajes, entre los que aparecen tipos sociales nuevos, como es el príncipe Valkóvski, que, pese a su título, tiene todas las características del burgués de nuevo cuño, implacable y sin escrúpulos.
Este retorno a situaciones anteriores no sólo se debe a una falta de vivencias nuevas. Al rememorar el pasado, el escritor efectúa una revisión de todo lo escrito antes de la cárcel a la luz de las circunstancias de los años sesenta. Esta revisión afecta de manera especial a todo el movimiento ideológico de los años cuarenta y a la figura de Belinski, cuya presencia en las páginas de Humillados y ofendidos es constante. Dostoievski se mueve aún por inercia; sobre él siguen pesando mucho los motivos de la primera etapa, pero ya tiene claro que él tiene una experiencia y una visión de la realidad completamente diferente y que su misión es decir una palabra nueva, distinta de la de la literatura anterior, que según él ya había agotado sus temas y sus ideas: «Toda esa literatura ha sido hecha por terratenientes. Ya dijo todo lo que tenía que decir (Tolstoi lo dijo magníficamente). Pero esta palabra terrateniente, en su expresión más sublime, ha sido la última. La nueva palabra que sustituya a la de los terratenientes, aún está por decir...»
Indudablemente, los escritores procedentes de la nobleza rural describían una realidad que, con sus luces y sombras, era tradicional. Ahora aparecía Dostoievski para analizar una realidad recién removida hasta las raíces, habitada por unos seres que no sabían cuál era su sitio en el mundo y a qué lógica obedecía su existencia.
La conversión del menestral marginado en ciudadano, la transformación del siervo oprimido en campesino libre o en obrero asalariado, fue un proceso lento y doloroso. «El mundo viejo, el orden viejo, muy malo, pero orden», anotaba Dostoievski en el Diario de un escritor, «desapareció para no volver. Pero, qué cosa más rara: los aspectos morales del orden anterior -el egoísmo, el cinismo, la esclavitud, la separación y venta de hombres- lejos de esfumarse con la erradicación de la servidumbre,  parecen haberse incrementado, multiplicado».
La soledad del hombre en esa sociedad naciente, en la que la pérdida de los viejos valores había producido un vacío ético y una disociación trágica entre la intelectualidad y el pueblo, se plasma con una claridad especial en Notas de un hombre del subsuelo (Zapíski iz podpólia), escrita en 1864. Dostoievski plantea allí, con una crudeza extraordinaria, la soledad del hombre de la nueva civilización urbana, que «no tiene dónde meterse», que divide la humanidad en dos partes, una constituida por él y la otra por todos los demás. Este personaje tan insólito tiene antecedentes literarios: son los «hombres superfluos» de la nobleza, que crearon Pushkin,n Lérmontov y otros escritores de la generación anterior. La trágica diferencia está en que a aquéllos la posición económica les permitía huir de su ambiente. El hombre subterráneo, por el contrario, es un pobre funcionario y su torre de marfil es un mísero cuchitril en el que padece su clandestinidad intelectual: se siente rata perseguida, odia a todos los hombres, los desprecia, quiere dominarlos y al mismo tiempo se siente «indefenso, sumergido en un caos de fuerzas oscuras», según Gorki. Una obra maestra
En 1866 vio la luz la novela Crimen y castigo (Prestuplénie i nakazinie), que se desarrolla casi en los mismos ambientes que Pobres gentes. Esa coincidencia ambiental permite medir mejor la evolución de Dostoievski como escritor y filósofo. El personaje central es el estudiante Rodión Raskólnikov que, empujado por la miseria, mata a una usurera para robarle. Tras el asesinato padece terriblemente su «desconexión con la humanidad» y finalmente, influido por las ideas cristianas, inicia el camino de resurrección moral. Su guía es Sonia Marmeládova, hija de un funcionario alcoholizado, que comercia con su cuerpo para dar de comer a sus hermanos menores.
A la consumación del crimen le sigue el castigo, que no es sólo el que le impone la justicia, sino la propia autocondena, la penitencia. Raskólnikov no es el criminal que encuentra razones para la autoabsolución. El autor demuestra que la violencia, aun cuando está animada por el deseo de hacer el bien, es intrínsecamente inhumana y que todo crimen, cualesquiera que sean sus motivos, es una violación de las normas éticas y humanas. Con estas ideas, traspuestas del plano individual al social, Dostoievski juzga el movimiento revolucionario de su tiempo como una reacción de hombres resentidos y ambiciosos.
Las revistas Vremia (1861-1863) y Epoja (1864-1865), que Dostoievski editó con su hermano Mijail, sirvieron al escritor de tribuna desde la cual opinó sobre los principales problemas de la actualidad y combatió los postulados filosóficos y políticos de Belinski y de sus continuadores. La publicación de las revistas hubo de suspenderse por razones económicas. Las muchas deudas le obligaron a firmar contratos auténticamente leoninos. Ese fue el caso de la novela El jugador (Igrok), de más de doscientos folios, que se comprometió a escribir en un mes, aceptando que, en el caso de no cumplirse el contrato, su editor, Stellovski, podría editar gratis lo que el novelista escribiera durante diez años. Una vez más, el fantasma de los apremios económicos le asediaba.
Tales premuras le obligaron a dictar la novela a una taquígrafa. La taquígrafa, Anna Snítkina, se convirtió en su segunda esposa, con la que se casó el 15 de febrero de 1867 (la primera había muerto en 1864).
El jugador contiene las huellas de la pasión de Dostoievski por el juego de la ruleta. El personaje central de la obra, Alekséi Ivánovich, relata en primera persona sus experiencias en una sala de juegos, entregado a una pasión que no logra superar.
El 14 de abril de 1867, los Dostoievski salieron en viaje de novios por Europa. Este viaje, calculado para tres meses, duró cuatro años. En ese tiempo vivieron en Dresde, Baden-Baden, Basilea, Ginebra, Vevey, Milán y Florencia. La inclinación del escritor por el juego de la ruleta convirtió el viaje en un drama continuo. Para seguir jugando, llegó a empeñar el anillo de boda.
Obras europeas En esos cuatro años de estancia en el extranjero (entre 1867 y 1871) escribió la novela El Idiota (Idiot) y los capítulos de otra, Hagiografía de un gran pecador (Zhitie velíkogo gréshnika), variante primitiva de Los hermanos Karamázov. Pero un acontecimiento que conmocionó a toda Rusia, el asesinato de un estudiante por sus compañeros de un grupo revolucionario, le hizo cambiar de planes y aceleró su regreso a la patria, adonde llegó totalmente arruinado.
El Idiota relata la historia del príncipe Myshkin, el héroe ideal, libre de todo egoísmo, que tiene centradas sus esperanzas en la bondad humana. Myshkin es un hombre enfermo, epiléptico, que quiere llevar a las gentes la idea de que la transigencia y el perdón pueden ablandar las conductas humanas.
Pero la dura realidad y el poder del dinero es superior a sus buenas intenciones y fracasa. Dostoievski no oculta la afinidad de su personaje con Don Quijote, que es sublime porque es ridículo.
En todas las novelas, Dostoievski plantea problemas éticos, filosóficos y sociales; no obstante, hay uno de estos aspectos que siempre prevalece sobre los demás: si en El Idiota son las cuestiones éticas, en Los Demonios irrumpe incontenible la candente actualidad política.
El argumento de Los Demonios (Besy) fue sacado del sonadísimo juicio contra Serguéi Necháev y sus cuatro cómplices, asesinos del estudiante Ivanov, al que acusaban de traidor. Con esa muerte Necháev pretendía cimentar su organización terrorista. Fue condenado a veinte años de prisión y murió tras diez años de reclusión solitaria. La mayoría de los escritores rusos de la época se mostraron atraídos por el hecho. Turguéniev, por ejemplo, lo reflejó en su novela Tierras vírgenes (Nov). Aunque nadie se sintió tan orgánicamente interesado como Dostoievski: el tema le venía como anillo al dedo, le brindaba la posibilidad de mostrar a unos personajes extraordinarios en circunstancias extraordinarias. Al mismo tiempo, el suceso confirmaba la tesis de Dostoievski de que mediante la acción revolucionaria los hombres ambiciosos y fracasados daban salida a sus frustraciones. En 1870, cuando se publicó, todos vieron la intención del escritor de ayudar al movimiento democrático ruso. Dostoievski no ocultaba sus intenciones cuando escribía a su amigo N. Strájov: «Confío mucho en la obra que estoy escribiendo ahora... pero no en el plano literario, sino en el tendencioso; tengo ganas de exponer algunas ideas, aunque en ello perezca mi arte literario».
Una lectura más profunda de la obra permite ver en su tema el desenlace de una crisis ideológica cuyos efectos acusó toda la sociedad rusa. El filósofo idealista Serguéi Bulgákov resumía así su idea:
«En ella Dios lucha con el diablo y el campo de batalla son los corazones humanos».
Siempre interesado por lo patológico y extremista, tanto en la selección de los hechos como en su valoración, Dostoievski podía, a través de la historia de Necháev, recurrir a lo hiperbólico, a la sátira desmesurada. En la novela, Necháev aparece representado en la figura de Piotr Verjovénski, prototipo del terrorista sin escrúpulos, que resume así su idea de la sociedad: «Uno es de todos y todos son de uno»; en esa sociedad «sólo será imprescindible lo imprescindible» y reinará «la obediencia completa, la impersonalidad total».
Otro personaje, Stavróguin, el jefe supremo, el hombre ideal para los demás personajes, es un trotamundos, desarraigado del suelo patrio, y por eso espiritualmente muerto.
Un crítico de la época calificó Los Demonios de «libro de la gran ira», definiendo así la carga emocional con que fue escrito. Hoy, despojada la obra de la anécdota inmediata, queda vigente su sentido profético: los razonamientos de los personajes se asemejan extraordinariamente a los que sirvieron para justificar ideológicamente los totalitarismos del siglo XX.Un diario de la memoria literaria
En 1873 y durante un breve periodo, Dostoievski redactó la revista «Grazhdanín», en la que publicó el comienzo del Diario de un escritor (Dnevnik pisátelia); posteriormente (en 1876-1877) el Diario apareció en forma de fascículos. En esta obra hallan cabida los géneros más variados: el comentario de política internacional o nacional, la crítica literaria, o las memorias sobre los escritores Belinski y Nekrásov; en ella también aparecieron terminados o esbozados algunos cuentos de Dostoievski como El sueño de un hombre ridículo (Son smeshnógo chelov'eko) y La dócil (Krotkaia).
En 1875 Dos toievski escribió la novela El adolescente (Podróstok). El adolescente es Arkadi
Dolgoruki, hijo natural que el terrateniente Versílov tuvo con una criada. Educado en un colegio para niños de la aristocracia, Arkadi es humillado por su baja condición social. El muchacho sueña con hacerse rico para vengarse de sus ofensores. Así se va incubando su odio hacia el resto de la humanidad. Pero en sus sueños de grandeza cabe también el deseo de hacer feliz a todo el mundo.
Otro héroe positivo es el vagabundo Makar Dolgoruki, padre adoptivo de Arkadi, que con su ejemplo enseña al muchacho que la verdad está en la santidad del pueblo ruso.
En cada personaje de Dostoievski se ha querido buscar abusivamente rasgos autobiográficos. En este caso se hace difícil ahuyentar la sospecha de que el adolescente tiene mucho que ver con el Dostoievski de su época de cadete. Al contrario que en Los Demonios, el escritor admite en El adolescente la validez de algunos postulados sociales de la democracia rusa. Por eso consideró aceptable publicar la novela en una revista dirigida por Nekrásov, con quien había compartido ideales de juventud.
El último período en la vida de Dostoievski fue muy distinto de los anteriores: por fin, gracias al talento práctico de su mujer, pudo vivir sin deudas; su nombre se hizo conocido en Europa; en Petersburgo, las primeras familias de la aristocracia procuraban tenerlo entre sus invitados. Pese a que esto le halagaba, supo preservar su independencia y sinceridad.
Pero nunca logró poner orden en su alma, nunca pudo acabar con sus tremendas dudas filosóficas y sociales. Especialmente dotado para describir las contradicciones de su época, siguió siendo sacudido por las pasiones trágicas de la sociedad.
A comienzos del año 1878, comenzó a trazar el plan de su última novela Los hermanos Karamázov (Brátia Karamdzovy), que debía tener dos partes. Terminada la primera en 1880, decidió aplazar la segunda durante un año. La obra, cuyo eje central es el choque entre el libertino Fiódor Karamazov y sus cuatro hijos, tres legítimos: Dmitri, Ivan y Alekséi, y el cuarto, Smerdiakov, hijo natural, encama todo lo depravado de una familia de la nobleza en decadencia; el maligno «espíritu karamazoviano» es un componente sustancial del carácter de cada uno de los hijos; esto, como siempre en Dostoievski, hace que los personajes sean sumamente complejos, incluso contradictorios. Los grandes problemas se plantean no tanto en torno al asesinato del padre como en la interpretación filosófica que de ese hecho hace cada uno de los hermanos.
Los personajes Dmitri Karamázov es un juerguista, que aspira a «vivir a sus anchas». Acusado de haber asesinado al padre, aunque el autor verdadero sea Smerdiakov, se vale del juicio para hacerse un profundo examen de conciencia, del que sale moralmente renovado. Si la tragedia de Dmitri es social, la de Iván, el segundo hermano, es moral. Racionalista, intelectual, su mayor problema es la existencia de Dios. Pero el ateísmo de Iván no se revela en minucias cotidianas ni en discusiones dogmáticas. La existencia o no existencia de Dios forma parte de su propia vida, es su razón de ser.
La obra culmina con un apasionado monólogo de Iván, mediante el cual pretende ganar para su filosofía al menor, a Aliósha, contrapuesto a los demás hermanos por su bondad cristiana y su misticismo. Este monologo se llama «La leyenda del gran Inquisidor» y tiene por lugar de acción la Sevilla del siglo XVI; Cristo, que retornó a la tierra, es detenido en la ciudad porque es portador de un ideal de justicia, en momentos en que en la tierra se ha hecho necesario imponer la violencia para dominar a los hombres. De esta forma Dostoievski combate a dos de sus adversarios: el catolicismo y la idea socialista de gobierno apoyado en la fuerza.
En junio de 1880, fue inaugurado en Moscú el monumento a Aleksandr Pushkin. El acontecimiento adquirió magnitud de homenaje nacional al gran poeta. Con este motivo, Dostoievski pronunció un discurso en la Sociedad de Amigos de las Letras Rusas. El discurso causó un enorme impacto tanto por su fondo como por su forma. Las palabras pronunciadas entonces por él tienen hoy un valor extraordinario como síntesis, como balance ideológico de la trayectoria vital del propio orador; al referirse a Pushkin, Dostoievski estableció tácitamente su paralelismo con el poeta y así explicó, justificó e incluso magnificó su propia evolución.
Esta fue la última intervención pública del escritor, pues el 28 de enero de 1881 fallecía víctima de un derrame pulmonar.
Los contemporáneos de Dostoievski no pudieron descifrar hasta el final su secreto. Diez años después de su muerte el crítico Nikolái Strájov, amigo y correligionario de Dostoievski, escribía a Tolstoi: «Dostoievski creó a sus personajes a su propia imagen y semejanza y por eso describió un sinfín de hombres medio locos y enfermos, totalmente convencido de que los copiaba de la realidad y que así exactamente era el alma humana». Esta fue la respuesta de Tolstoi: «Dice usted que Dostoievski se describía a sí mismo en sus personajes. Ahí tiene el resultado: en estos hombres insólitos nos reconocemos no sólo nosotros, sus compatriotas: los extranjeros también reconocen allí su alma. Y es que cuanto más hondo se cava, tanto más sentimientos comunes, compartidos, entrañables, se hallan».


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